Una vez más los tambores y bombos de Calanda sonaron en las Jornadas Nacionales del Tambor y el Bombo. En esta ocasión en la ciudad murciana de Mula.
Un numeroso grupo de más de 60 tamborile@s hicieron sonar sus tambores y bombos por unas calles abarrotadas de gente apasionada por los tambores y que se paraban al paso de la numeroso cuadrilla calandina.
Mi llegada a Calanda ha tenido muchos momentos con intensidades emocionales diversas. Nadie se sorprenderá si digo que todo lo relacionado con los tambores y la Semana Santa es de máximo vigor emocional. Pero en relación a este tema, hay algo muy particular, que he tenido el privilegio de experimentar gracias a mi condición de director del Centro Buñuel Calanda. Me refiero a poder compartir —un poco, solo un poco, demasiado poco diría yo— algunos momentos con los miembros de la cofradía Jesús Nazareno de Calanda. Ellos representan al resto de cofradías y al pueblo de Calanda en los eventos que la figura de Buñuel ofrece la posibilidad de participar, por lo que este dichoso encuentro no se debe a una elección personal, sino a una cuestión profesional.
Aparte del tradicional saluda del Alcalde y del Párroco de Calanda, podemos encontrar colaboraciones de Luis Miguel LLop como represente de la Cofradía de San Pedro, de Juanjo Caldú Pregonero de la Semana Santa de Calanda 2018, el Arzobispo de Barcelona Juan José Omella, el fotógrafo Manuel Cobano y la directora de Cine (e invitada de honor en la Semana Santa de Calanda 2017) Isabel Coixet… entre otras muchas colaboraciones y fotografías. También escribe unas palabras el nuevo presidente de la Junta Coordinadora de la Semana Santa de Calanda Manuel Adrián Royo Ramos.
Siempre que los antropólogos revisan la tradición de un pueblo suelen ser muy cautos en sus investigaciones. No pueden dar por bueno aquello que no tenga una pervivencia de más de treinta años y no cuenten con el arraigo popular. Las modas que van y vienen, los caprichos y veleidades, así como las copias de otros lugares, no encajan en los conceptos de la tradición.
La costumbre se sustenta en el poso que dejan los años, en la cimentación, en la transmisión de la herencia generacional, en la perduración de las gentes que lo protagonizan.
De Calanda a Japón hay muchos Kilómetros. Tantos como diferencias. Entre los humanos japoneses y los humanos calandinos hay algo más que físicos rasgos que permiten pensar que nuestra genética confirma nuestras latitudes. También está aquello que fuimos en otro tiempo, mucho más que aquello que seremos, sobre todo si pensamos en el tipo de futuro unificador que se cierne sobre nuestro tiempo. No lo imagino incierto, no, sólo global; tan integrador puede llegar a ser que difuminará los matices, hasta el punto de que el eufemismo pueda representar cualquier certeza. O eso creo, vamos. Y para muestra, un botón. Prueba de ese compromiso globalizador, son las actuales Exposiciones Universales.
Siempre me ha parecido que las Exposiciones Universales son como un inmenso cesto de mimbre que todo lo abarca y todo lo pierde. Un gran continente teñido con un potente tema-eslogan, financiación y capacidad de convencimiento, sobre todo para la gente, que son los que con el tiempo tendrán que quedarse (apañarse) con el cesto, vacío ya de todo. Las Expos nacieron en la segunda mitad del siglo XIX como un intento de comunicación social de los logros imperialistas, que podía abarcar desde los avances industriales, la cultura y las artes, hasta los caracteres etnográficos propios de las culturas dominadas por parte de esas potencias imperiales. Con las décadas fueron transformándose, aclimatando los conceptos hasta llegar a lo que ahora mismo son: una simple marca-nación que se adueña hasta de las ideas mismas.