Hoy me han dicho al oído que hay una Inteligencia Artificial que no nos dejará ser nosotros. Llega el fin de la realidad. Que alguien ha diseñado una IA capaz de mejorar cualquier cosa que hayamos sido capaces de hacer antes, y de darle sentido… Que el futuro será, es de ella, como el pasado es nuestro. Que los próximos años, desde tu móvil podrás fingir el mundo, comprarlo, adulterarlo, sonreír, mentirte a ti mismo,
quedarte en paro (aún más); todo igual que hasta ahora pero con menos credibilidad incluso, si me apuras. Llegará la IA de turno y ya no merecerá la pena hacer fotos ni escribir ni hacer música ni… Ni ser nosotros. La verdad es que me da asco todo esto: nunca me han gustado las cosas que reptan. Esa arrogancia que me dice, vete, cede, confórmate, claudica ante los nuevos tiempos, dame tu dimensión espiritual que la voy
a mezclar con la del resto y voy a hacer negocio con lo que eres. Es curioso cómo debe ser el mundo.
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«Para gustos, redobles» por José Antonio Gargallo Gascón
¿Este año será Como siempre o Como nunca? Como siempre parece imposible y factible al mismo tiempo; y Como nunca es probable que apetezca, después de lo vivido y de lo que aún estamos viviendo: no recuerdo un año con tantas posibilidades. Siempre y Nunca suelen usar diferente calor para fundirse con la Tradición. Siempre es la necesidad de que todo siga igual y Nunca la ilusión de rascar en esa necesidad, de festejarla con más descaro. También es cierto que para llegar a las sensaciones de este año hemos tenido que olvidar pronto la sacudida de vulnerabilidad que trajo consigo la pandemia (como si ya estuviéramos limpios del todo). Yo creo que olvidamos tan pronto porque somos seres que cada día necesitamos alimentarnos, que acto seguido digerimos y que a continuación desechamos lo que ya no es importante. Es un proceso rápido que no conlleva Tradición alguna, sino que responde a una búsqueda de estabilidad. Podría decirse que a la Tradición y a la supervivencia les ata la misma soga, pero en extremos opuestos. De ahí que sea imposible salir mejores, la pandemia no fue alimento, nos la tragamos, sí, pero no la digerimos para sacar nutrientes, sólo para excretarla rápidamente.
«Entre lo oscuro» por José Antonio Gargallo Gascón
Entre la octava y la novena, o puede que entre la séptima… no sé. Lo que tengo claro es que siempre está oscuro, con esa solitaria oscuridad que sólo siento en el calvario, de noche, entre cientos de sombras tocando. Es así, es ahí; en ese punto y en ese instante donde siempre me lo pregunto: qué hago aquí. Sí. Con lo bien que estaría en casa o en el bar (aunque cada día haya menos bares). Y entonces pienso en esa frase de Mud, la película de Jeff Nichols: No te fíes del amor, si no tienes cuidado te destruirá. Jodida neurosis colectiva. En fin. Puede que sea entre la novena y la décima, no sé, puede. El caso es que ahí estoy yo, con mi rítmico aleteo de brazos que más bien parece el pollo sin cabeza de todos los lugares comunes, dispuesto a formar parte del compás católico y de esa marea ingrávida del sentimiento, como uno más, tanteando la oscuridad del resto y disimulando la mía propia. No es fácil de saber por qué estoy ahí, la verdad es que no. Por qué me dejo arrastrar y por qué la tradición no muere, al menos conmigo. Sí, sí, puedes incluso remontarte y hacer pedagogía, terminarte con la idea del discurso especial de esta tradición, de lo etérea que es esta cobertura de chocolate que nos presenta al mundo y lo intenso de su sabor… Sí, todo lo que quieras, pero ahí estoy yo, entre peldaños simulados de tierra compactada. Suena incluso gracioso, dicho así. Después, es cierto que poco a poco voy saliendo de esa oscuridad, y la gente, al parar de tocar, habla y sonríe entre el polvo que genera la serpiente, y que se hace más envoltorio que abrigo conforme lo empuja la luz. Y es entonces cuando sucede. Es en ese instante cuando me doy cuenta. Cruzo bajo un tramo con farolas y lo veo al mirar hacia mi tambor. Es una sorpresa, una asquerosa sorpresa: voy perdido de sangre. Las manos, el parche, las mangas de la túnica, los palillos. Pequeñas gotas de sangre que para nada son mías, mi pasión no va más allá de mis arterias. Miro a mi alrededor y nadie se ha dado cuenta, imagino que no debería ser el único afectado; nadie mira a su tambor o al que tiene al lado con sorpresa, nadie parece haberse manchado como yo. Me cabreo. Pienso que tengo razón al poder cabrearme. Así que, mientras camino con todos, me llevo la mano derecha a la boca y chupo varias gotas. En principio no hay nada de especial en su sabor, podría ser de cualquiera con sangre en las venas; lo que sí percibo, y ese matiz llega al final, es que es sangre de bombo. Sí, tiene un sabor especial, no sé, a lo mejor me he pasado, no tiene un sabor especial, digamos que particular, eso es, sí, particular. Así que levanto la cabeza. En ese tramo la serpiente se ha estrechado y sólo vamos tambores huérfanos de compas. Intento mirar más allá, entre el morado y el negro que nos precede, que nos iguala… y sí, diviso, unos metros delante de mí, a una mano en alto esperando el siguiente pulso. No sé si es idiota/o pues el tercerol me impide concretar el género, pero está claro que lleva la mano, más allá de los nudillos, desecha de tanto roce contra la piel. Menudo papanganas. Me ha puesto perdido con su sangre. Seguro que no le importa y ha estado tocando como si se acabara el mundo, como si no hubiera nada más importante que marcar a la serpiente, como si todos compartiéramos las mismas respuestas, como si su misión fuera brillar entre el resto, con el resto…
«Latitudes» por José Antonio Gargallo Gascón
De Calanda a Japón hay muchos Kilómetros. Tantos como diferencias. Entre los humanos japoneses y los humanos calandinos hay algo más que físicos rasgos que permiten pensar que nuestra genética confirma nuestras latitudes. También está aquello que fuimos en otro tiempo, mucho más que aquello que seremos, sobre todo si pensamos en el tipo de futuro unificador que se cierne sobre nuestro tiempo. No lo imagino incierto, no, sólo global; tan integrador puede llegar a ser que difuminará los matices, hasta el punto de que el eufemismo pueda representar cualquier certeza. O eso creo, vamos. Y para muestra, un botón. Prueba de ese compromiso globalizador, son las actuales Exposiciones Universales.
Siempre me ha parecido que las Exposiciones Universales son como un inmenso cesto de mimbre que todo lo abarca y todo lo pierde. Un gran continente teñido con un potente tema-eslogan, financiación y capacidad de convencimiento, sobre todo para la gente, que son los que con el tiempo tendrán que quedarse (apañarse) con el cesto, vacío ya de todo. Las Expos nacieron en la segunda mitad del siglo XIX como un intento de comunicación social de los logros imperialistas, que podía abarcar desde los avances industriales, la cultura y las artes, hasta los caracteres etnográficos propios de las culturas dominadas por parte de esas potencias imperiales. Con las décadas fueron transformándose, aclimatando los conceptos hasta llegar a lo que ahora mismo son: una simple marca-nación que se adueña hasta de las ideas mismas.
Presentación oficial de la Semana Santa de Calanda 2017
El viernes 17 de Marzo se ha realizado, en el Centro Buñuel Calanda, la presentación oficial de la Semana Santa de Calanda 2017. En dicha presentación se ha hecho público el nuevo logotipo, cartel anunciador, spot publicitario y revista correspondientes a la Semana Santa de este año.
La nueva imagen corporativa ha sido creada por Mónica Amador, al igual que la maquetación de la revista oficial, la fotografía de portada es obra de José Antonio Gargallo Gascón y el spot es obra de Manuel Herrero y Xavi Urrios.



«Semana Santa: la misma historia nueva» por José Antonio Gargallo Gascón
¿Por qué repetir cada año, si siempre es lo mismo?, me preguntó hace unos días un médico, durante una consulta en el Miguel Servet. Me quedé mirándole; el tranvía cruzaba la calle desde la distancia de su ventana, y la gente seguía por las aceras, con su rutina, como si ellos tampoco comprendieran del todo las razones de su compromiso diario. La verdad es que el médico me había cogido con el pie cambiado. Tenía razón. Me tomé unos segundos para pensar. Por qué participar de la Semana Santa otra vez, otro año más. Por qué sacar el tambor, la túnica y el resto de certezas que describen la historia, año tras año. La verdad era que no tenía una respuesta comodín, o algo que sirviera de, más o menos, razón colectiva. Tampoco mis razones estaban claras. No pertenezco a ninguna cofradía, toco poco el tambor y suficientemente mal… no sé muy bien qué me mueve. El médico siguió hablando y eso me dio pie a pensar. Y unos segundos después, por un momento, me vino una de esas chispas de raciocinio que en ocasiones nos hacen teorizar con que alguna neurona queda… y caí en la cuenta. A lo mejor me equivocaba. Lo más probable era que, en mi intento de imaginar un motivo para describir la historia, me estaba olvidando de la propia historia. Vamos, que la cosa era más sencilla de lo que parecía. Porque la historia en si va de un cineasta que nos describe, de unas cofradías que nos visten, de un color y unos toques que nos unen… Quién necesita en verdad un único por qué. Religión, tradición, fiesta, dinero, sexo, trascendencia, misterio, luz, reencuentro, sangre, ruido, lágrimas, cubatas, fotos…
La Cofradía Jesús Nazareno de Calanda os desea una Feliz Navidad y un próspero año 2016


La Cofradía Jesús Nazareno quiere agradecer al Calandino José Antonio Gargallo la cesión de esta magnífica fotografía para utilizarla como postal de Navidad de la Cofradía.
