Cumplir 50 años una institución da derecho a entrar con toda justicia en los anales de la historia local, más si las personas que ahora la sustentan siguen con el vigor y entusiasmo que tuvieron sus fundadores. Esto es lo que ocurre con la Cofradía de Jesús Nazareno de Calanda.
Con las perspectivas que hubo entonces, el camino que emprendieron un grupo de personas fue decidido y valiente, comprometido y ejemplar. Tuvieron mucha fe y consolidaron un proyecto de gran transcendencia para el devenir de nuestra Semana Santa.
La tradición de antaño, que se vivía con gran austeridad, no tenía ni por asomo la ostentación que existe hoy en día. En los años sesenta las celebraciones eran íntimas, familiares y con un matiz muy religioso. La cuadrilla, compuesta por parientes y amigos, formaba la base popular de la percusión. El pueblo vivía anquilosado, con la memoria de una triste posguerra y la pérdida de la población, al emigrar muchas familias a Cataluña en busca de un futuro mejor. En esa época el turismo no existía y nuestra Semana Santa no era noticia en ningún medio de comunicación.
Aquellos años la tradición tuvo que batallar frente a una peligrosa moda, como fue el color de la túnica, que no sabemos si por la falta de telares o porqué, el morado estuvo amenazado por el color negro que portaba un grupo cada vez más creciente de percusionistas. A las juntas coordinadoras de entonces les tocó bregar mucho para lograr la disciplina en la uniformidad, los cocoteros tuvieron trabajo imponiendo la obligatoriedad del tercerol en las procesiones y vestir dignamente el hábito morado con rigor penitencial.