Cuando estás en los sitios a gusto, entre gente diversa, en la que predomina la armonía y disponibilidad de hacer las cosas con la mejor intención, es muy probable que a la larga se alcancen siempre los objetivos previstos.
Es lo que me ha pasado a mí con la Coordinadora de Semana Santa, arropado por un colectivo sensacional, en el que solo primaba defender, divulgar y mejorar la tradición que gravita en torno a nuestros tambores y bombos.
Por eso, si a uno le otorgan un galardón, el mérito no es personal si no del grupo, de los que de forma asociativa han ayudado a conseguir el reconocimiento otorgado a esa persona.

En mi caso, lo sentimientos con los que me he identificado con la Semana Santa de Calanda, arrancan del entorno familiar. Nací un Sábado Santo de hace muchos años y desde aquel día, todo lo que ocurre en torno a los tambores y bombos, tiene para mí un sentido excepcional. Son recuerdos, y testimonios que ayudan a comprender la magia que envuelve nuestra singular Semana Santa.
He conocido a personas del Nazareno que me enseñaron muchas cosas, conocí de ellos el espíritu de lo que es la cuadrilla, el entusiasmo, el sabor de la transmisión de nuestras celebraciones, la emotividad, el ánimo, la fogosidad en la interpretación de los redobles y sobre todo, el orgullo que toda la Cofradía siente por Calanda.
Todas estas cosas que para algunos pueden ser baladís para mí son imprescindibles. Hace más de cuarenta años, mi amigo y quinto José Roig Escuín me hablaba constantemente de la Cofradía, somos un grupo de amigos– me comento- que nos une el tocar el tambor. Recuerdo aquellos años en los que los tambores de plásticos iban poco a poco sustituyendo a los antiguos de piel. Tomás Gascón sacó un modelo novedoso que le llamaron Maradona, porque era un tambor que los virtuosos obtenían la mejor sonoridad de la percusión.
Personas, recuerdos, anécdotas y vivencias de aquella época. Cuando aparecen todas estas palabras, es como si activara el cerebro una película de los momentos que conocí de la Cofradía.
En el año 1977 se recibió en el Ayuntamiento una invitación para que un grupo de tambores interviniera en el programa “Directísimo”, dirigido por José María Iñigo que emitía la 2ª cadena de TVE. El Alcalde, José Antonio Zárate, contactó con la cuadrilla de la Cofradía del Nazareno. Yo también participé en aquel viaje tan rocambolesco, con el autobús averiado, y perdidos por Madrid, buscando Prado del Rey. Creo que fue la primera salida de los tambores.

Con mucho afecto me acuerdo de una persona que dentro del Nazareno tuvo un carisma especial, Andrés Aznar Bosque, el tío Andrés. Siempre que lo recuerdo no puedo dejar de sonreír y de encariñarme con aquel hombre que sin tener estudios era un maestro, un experto psicólogo, un cofrade auténtico. Fundó la escuela del tambor y casi todos sus alumnos son hoy los mejores redobladores, los que nos representan en las salidas de la Cofradía, interviniendo en los mejores foros del mundo, en homenajes a Luis Buñuel o similares. Son los sustitutos de la vieja guardia.
El tío Andrés, vivía la Semana Santa con tal ardor que protagonizaba muchas situaciones especiales. Era omnipresente, estaba a la vez en todos los sitios, encabezaba la procesión del pregón tocando el tambor, se paraba a mitad de recorrido y aparecía en la plaza al final con la Virgen. Lo mismo ocurría con la procesión de la Soledad, primero dirigiendo el canto de las saetas y luego repitiendo recorrido con la banda del Nazareno. Era todo un personaje, bonachón, sencillo y dotado de un humor socarrón.
Contaba Juan Luis Buñuel cuando rodó el documental en el año 1966 que al mirar por el visor de la cámara, para grabar las pruebas de rodaje, siempre le salía en pantalla el tío Andrés.
Muchas personas inolvidables dentro de la Cofradía. Testimonios imposibles de olvidar, sobre todo tocando el tambor. A veces parecía que la cuadrilla era una gran orquesta y otras, como en los momentos finales, daba la impresión que la plaza se hundía.

Recuerdo al artesano Tomás Gascón, que presumía de ser amigo de Buñuel al que le dedicó de su puño y letra “Mi último suspiro”, todo un crack tanto en el taller, que ocupaba toda su casa, como por la facilidad de palabra atendiendo a los clientes. Una vez acompañé al escritor Antón Castro al que le previne de las recia personalidad de Tomás. Al momento congeniaron y en aquel caótico taller se fraguó entre los dos una gran amistad. Gascón construyó miles de tambores y bombos, conoció a muchos famosos y hasta al Cardenal Tarancón.
Escuchar a Miguel Luengo, el blanco, tocando el tambor era como oír una obra de música clásica. Con un ligerísimo movimiento de muñecas, sacaba las mejores melodías, los toques y repiquetes más inspirados y los palillos parecía que solamente acariciaban el parche. El blanco le hacía hablar al tambor. Excelente persona y un líder en la percusión.
También me acuerdo mucho de otra persona que tuvo una gran importancia en la Cofradía. Me refiero a Paco Herrero, entusiasta hasta el final, tanto con el tambor como con el bombo, fue el motor de un grupo que dejo una impronta muy grande en el Nazareno. Su optimismo contagiaba a la cuadrilla. Cuando el toque no era acompasado, encabeza el grupo y ponía orden en la interpretación solo con mirar a los demás. Siempre me acordaré del gesto final de su vida, que quiso que su sudario fuera la túnica morada, todo un símbolo por la pasión que había sentido por la Semana Santa.
No puedo olvidarme de otro grande de la Cofradía, Blas Franco. Trabajador incansable para el Nazareno, sin buscar protagonismo, brindándose en todo momento para cualquier faena, como la del bombo grande que contó con su colaboración especial. Con Blas estuve tomando café en el Moderno todos los días de este último verano. Tertulias cordiales en las que siempre terminábamos hablando de la Cofradía de Jesús Nazareno.
Y termino con una breve mención al inolvidable Ángel Milián Herrero, el angelico, que fue Hermano Mayor de la Cofradía.
Quizás estos hermanos del Nazareno, que nos dejaron para siempre, fueron los que más traté. Pero ha habido muchas más personas que tenía que nombrarlas en esta crónica, el listado sería muy largo y cometería el error imperdonable de olvidarme de alguno de ellos.
También tendría que nombrar la siguiente promoción de los fundadores. Los que ahora, con el Hermano Mayor Juan Herrero, ocupan los puestos de responsabilidad, algunos muy jóvenes, pero todos expertos tamborileros que están derrochando mucho entusiasmo, logrando que el pabellón de Calanda figure en todo lo alto.
Son demasiados recuerdos. Influencias notables. Personas que dejaron huella, con un estilo propio, inconfundibles, que sin querer forman parte de fragmentos de la vida de uno mismo.
Paco Navarro
Hermano de la Cofradía Jesús Nazareno