Hoy me han dicho al oído que hay una Inteligencia Artificial que no nos dejará ser nosotros. Llega el fin de la realidad. Que alguien ha diseñado una IA capaz de mejorar cualquier cosa que hayamos sido capaces de hacer antes, y de darle sentido… Que el futuro será, es de ella, como el pasado es nuestro. Que los próximos años, desde tu móvil podrás fingir el mundo, comprarlo, adulterarlo, sonreír, mentirte a ti mismo,
quedarte en paro (aún más); todo igual que hasta ahora pero con menos credibilidad incluso, si me apuras. Llegará la IA de turno y ya no merecerá la pena hacer fotos ni escribir ni hacer música ni… Ni ser nosotros. La verdad es que me da asco todo esto: nunca me han gustado las cosas que reptan. Esa arrogancia que me dice, vete, cede, confórmate, claudica ante los nuevos tiempos, dame tu dimensión espiritual que la voy
a mezclar con la del resto y voy a hacer negocio con lo que eres. Es curioso cómo debe ser el mundo.
Luego está Dios. El mismo que viste y calza. El tuyo y el mío; el de más allá con su más acá y con todos sus respetos. Crucificado o mustio, en la media luna o en la cruz, en la Torah o en la India, en el corazón o ya fuera de todo corazón: Dios. Para muchos la verdadera Inteligencia Artificial.
Este año, cuando falten cuatro minutos para Romper, apagaré el móvil. No quiero, porque todavía en algo creo, que esa rastrera Inteligencia Artificial me localice, me publicite, aprenda de mi corazón, malvenda mi alma. Porque si algo tengo claro en la Semana Santa, es que sobrevivir al mundo, siempre salió de NOSOTROS.
José Antonio Gargallo