No hay otro lugar como Calanda que combine de manera tan perfecta la multitud y el individuo, el sonido envolvente y la percusión íntima, la voluntad de ser parte de un todo colectivo y la excitante afirmación de la autonomía personal. Aquí, en el corazón del Bajo Aragón, tiene lugar un rito que se repite cada año. Como si de renovar un pacto secular se tratara, centenares de vecinos se reúnen para anudar multitud de sentimientos en una sola ceremonia. Y todo gira en torno a un instrumento de apariencia humilde como el tambor que, sin embargo, es capaz de trascender los límites de lo evidente. Decía Salvador Dalí que Buñuel estaba obsesionado por los tambores. “Cuando estábamos en Los Ángeles —decía—, cenamos una vez y no hablaba más que del día que podría volver a Calanda. Esa obsesión por los tambores…”.

La presencia de Luis Buñuel en el universo de los tambores de Calanda ofrece un buen punto de apoyo para comprender lo que tiene lugar durante las veintiséis horas que siguen al mediodía de Viernes Santo. En ese tiempo se dan cita sin solución de continuidad la herencia religiosa, que en el imaginario local representa la figura de mosén Vicente Allanegui, y la dimensión secular encarnada por el cineasta calandino. El interés de Buñuel por los tambores, documentado ampliamente en las conversaciones mantenidas por el escritor Max Aub,1 hizo de estos un icono de la cultura universal. El sonido ronco, los toques conservados en la memoria, el regreso periódico a su pueblo natal para tocar el tambor y sentirse entre los suyos fueron la otra cara de aquellos tambores que acompañaron por el mundo a películas inmortales como La Edad de Oro, Nazarín o Simón del desierto.

Aprovechando esta dualidad, los tamborileros de Calanda pudieron protagonizar una innovación que consistió en sacar las túnicas y los tambores del espacio ceremonial en el que habían surgido. Haciéndolo acuñaron un estilo y habituaron a los espectadores a ver sonar los bombos en el interior de locales cerrados que, dejando atrás el bullicio participativo de las plazas, buscaron la armonía, equiparando su sonido al de una música de extraños orígenes que llegaba de la calle, de intérpretes desconocidos y se mostraba organizada y dispuesta para ser disfrutada por gentes de todas las procedencias que, un tanto estupefactas, trataban de entender aquella propuesta.

Desde entonces, los tambores de Calanda se han hecho un hueco en todas partes. Desde populares programas de televisión, como “Directísimo” a festivales de cine como el de Venecia, Le Mans, Valladolid, Málaga o Zaragoza, desde conmemoraciones internacionales, como el Bicentenario de la Revolución Francesa en París u homenajes como el del cantautor Luis Eduardo Aute, hasta exposiciones universales como la de Sevilla o Aichi, en Japón, desde la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona hasta la ceremonia de entrega de los Premios Goya al cine español, desde el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, a la madrileña Residencia de Estudiantes.

Detrás de todo ello está la Cofradía de Jesús Nazareno creada en 1970. En rea­lidad no era algo del todo nuevo. Sus integrantes llevaban mucho tiempo tocando el tambor y participando en los actos de la Semana Santa. La cofradía se insertaba en una tradición de varias décadas y aparecía en un momento muy concreto en el que toda la Semana Santa del Bajo Aragón estaba en un proceso acelerado de institucionalización. Acababa de crearse la Ruta del Tambor y el Bombo, las celebraciones bajoragonesas de la Semana Santa gozaban cada vez de mayor popularidad y recibían un número creciente de visitantes atraídos por la vitalidad de un fenómeno capaz de combinar la experiencia sin parangón de los tambores a pie de plaza con la sensación de participar de una manifestación cosmopolita que volaba libre de sala de cine en sala de cine asociándose a otros muchos significados que lo hacían cada vez más grande.

Cincuenta años más tarde, conscientes de todo lo andado, puede ser un buen momento para detenerse, aunque sea forzadamente a causa de la pandemia, y reflexionar sobre esta experiencia única, sus hitos y sus protagonistas. Este primer medio siglo de intensa actividad juntos, bien lo merece.

Pedro Rújula
Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza
Prólogo del libro «Cofradía de Jesús Nazareno, 50 años de historia»

Portada del libro "Cofradía de Jesús Nazareno - 50 Años de historia"
Portada del libro «Cofradía de Jesús Nazareno – 50 Años de historia»
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