Han pasado cinco años ya desde la primera vez que viví en primera persona la Semana Santa calandina. Trabajar en el periódico La COMARCA me ha permitido, desde entonces, conocer cada año a los verdaderos protagonistas de la fecha más señalada del calendario bajoaragonés, las personas. Cofrades, pregoneros, rompedores locales, grupos y familias enteras capaces de transmitir con una mirada una gran cantidad de sentimientos encontrados. Y después de todo este tiempo puedo asegurar que no hacen falta años, ni semanas santas enteras… Bastan cuatro segundos para entender que en Calanda, por Semana Santa, se vive una experiencia especial y diferente, cargada de tradición pero también de sentimientos y valores humanos.

Seleccionar fragmentos de ésos segundos a los que me refiero relacionados con la cofradía del Nazareno no me cuesta trabajo y, muchos de ellos, afloran en estas fechas previas a la Semana Santa. Para lo demás, está la hemeroteca.

Recuerdo un ensayo improvisado de seis de los fundadores del Nazareno que, en 2012, rompieron la hora y a los que intentaba hacer fotos en su local, en la antigua Harinera. Al bombo de Blas Franco le acompañaban los redobles de José Gascón, Gregorio Aznar, Gregorio Brumos, Ismael Brumos y Miguel Magrazó. Ni siquiera se miraban entre ellos. No hacía falta para que el toque llevara una esencia especial, ésa que contribuye a que la pasión sea cada vez más fuerte.

También me acuerdo de la visita a los Alejos Lucio, el primer año que decidimos entrar en los hogares de familias de todos los pueblos de la Ruta para completar el ya tradicional suplemento especial de Semana Santa. Daniela, con dos años, enseñaba su bombo con ilusión y la pequeña Ana, posaba para la foto en las piernas de su abuelo Pascual. «Es muy bonito ver cómo, desde que nacen, comienzan a formar parte de esto», decían sus padres Manuel y Luisa.

Otros cuatro segundos. Los aplausos en la entrega del último Tambor Noble de la Ruta, más que merecido, a Juan. Y sus lágrimas, contagiosas y llenas de pasión, de recuerdos.

Y el pregón de Pablo, a quien cada año vuelvo a ver en el mismo sitio. Pegado a la izquierda del bombo gigante, segundos antes de la Rompida de la Hora. Y es que cada calandino tiene su hueco, y cuando uno se queda vacío, los demás lo notan. Se les nota en los ojos, pero también en cada palillazo.

Por último, no sería justo hablar de la cofradía del Nazareno en este blog sin referirme a Paco Navarro, una de las personas que, junto a Julio Ramos, más me ha ayudado con esto de la Semana Santa desde que llegué al Bajo Aragón. Sin ellos, probablemente, no hubiese sido capaz de entender una pasión y una devoción que, desde los primeros cuatro segundos, advertí más que contagiosa.

María Quílez
Redactora Jefe del periódico «La Comarca»

(Las fotografías de esta colaboración han sido cedidas por el periódico «La Comarca»)

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