La Semana Santa que conocemos hoy es muy parecida a la de hace algunos años, en lo fundamental, en lo tradicional, diríamos que casi, casi, es la misma. ¿pero esa es la realidad?
A lo largo de los años hemos sido capaces de mantener viva la tradición y el verdadero espíritu de nuestra fiesta más querida, pero existen algunas diferencias…

El peso de la religión y de la autoridad que se ejercía sobre la ciudadanía era absolutamente determinante a la hora de celebrar algunos actos, nada de lo que pudiera parecer festivo estaba permitido, el luto se cernía sobre toda la población y algunas costumbres o pequeños vicios se aparcaban durante esos días donde solo estaba permitido el duelo y el silencio, Jesús el Nazareno había sido crucificado y las misas y los turnos de rezo eran constantes.
Solo la noche del viernes santo era un espacio de libertad, encubierta eso sí, bajo el sonido de los tambores y bombos que recorrían toda la población, donde las cuadrillas paraban en algunas casas y cocheras y se disfrutaba de un ambiente en el que las autoridades, no se sabe bien porque, levantaban la mano y cerraban lo ojos ante esa manifestación festiva y libre que disfrutaban, sobre todo los calandinos ya que no era tan frecuente por la equivocada mentalidad de la época que las mujeres participaran como hoy en día.
Nuestra famosa guardia romana estaba formada por varias personas que un año tras otro repetían su papel, con largas barbas postizas y sus viejos ropajes, desfilaban por la Plaza para realizar el cambio de guardia, entre una guardia y otra, incluso los podías ver dentro de algún bar de la Plaza tomándose un vinito…
La mayoría de las Cofradías no existían y las que desfilaban lo hacían en absoluta austeridad, ni flores, ni velas, ni Cofrades, ni bandas, hasta el punto que era muy fácil que minutos antes reclutaban a cualquier muchacho que estuviera por la plaza para poder procesionar.




No había ensayos de Cofradías ni de bandas, los calandinos en muchas casas descolgaban el tambor o el bombo del granero poco antes de salir a participar en la procesión, las túnicas en muchas ocasiones descoloridas y cortas de talla eran abundantes en los desfiles procesionales y los terceroles en muchas ocasiones no mantenían ningún pliegue.
Pero con estas y algunas diferencias más, el espíritu de la Semana Santa, la tradición transmitida de generación en generación, todavía esta latente en la mayor parte de los calandinos-as.
La sociedad evoluciona a velocidad de crucero, de un año para otro lo que es una costumbre o una tradición, en este nuevo mundo, pueden pasar a ir siendo cosas de otros tiempos, nos cuesta verlo, creerlo, pero sin duda es así.
Las nuevas tecnologías, la facilidad para acceder a cualquier tipo de información, la cada vez mas escasa capacidad de sufrimiento sumada a la comodidad que cada día más, buscan las personas, hace que muchas de aquellas cosas que siempre hemos vivido, que siempre hemos sentido, peligren cada día un poco más.
Esa es la tarea de todos nosotros, la tarea de Cofradías como la de Jesús Nazareno.
Tenemos que ser capaces de ver la realidad de la sociedad actual y provocar los cambios necesarios, imprescindibles para seguir manteniendo viva la llama de nuestra tradición, tenemos que saber conjugar la mentalidad de muchos jóvenes de hoy con la de aquellos calandinos-as del pasado que vivían y sentían la Semana Santa con pasión, con nervios, con devoción.
Ni todo era bueno ni todo es malo, ni aquellos calandinos eran mejores, ni desde luego estos son peores. Se trata de mantener una misma tradición, una misma pasión y una misma devoción por nuestra Semana Santa en un mundo nuevo, en un escenario muy distinto al de la década de los años 50, 60 y 70
La gran seña de identidad de Calanda es sin duda su Semana Santa, el sonido de sus tambores y bombos. No esta reñido ser un pueblo moderno, ni tener una generación de jóvenes del Siglo XXI con trabajar y adaptar todo aquello que sea necesario para seguir consiguiendo durante muchos años más nuestra tradición mas importante, aquella que identifica a Calanda hoy en día, en cualquier lugar del mundo.
Manuel Adrián Royo Ramos
