Pasión, devoción, familia y amistad. Estas son algunas de las palabras que definen la
Semana Santa para mí. Días en los que el sonido de los tambores y cada uno de los
reencuentros con amigos y familia refuerza el significado de esta celebración, si cabe.

Cuando cesan los redobles el Sábado Santo, comienza la cuenta atrás para el próximo año.
Aunque los tambores queden en silencio, el vínculo que nos une sigue vivo.

El Miércoles de Ceniza marca el inicio de cuarenta días de espera. Cuarenta días de ensayos que nos acercan al gran momento, cenas después de estos que fortalecen los lazos que nos unen, reflejando el amor por nuestras raíces. La emoción de cada toque nos prepara para lo que está por venir.

Mi cofradía, Jesús Nazareno, es una escuela de tradición y hermandad. Desde pequeña, me han enseñado el respeto y la pasión por cada toque de tambor. Junto a mis compañeros y a mi familia, he crecido en valores que nos unen más allá de estos días. En cada una de las Cofradía hay muchas historias, un legado que se transmite de generación en generación.

Un legado que atraviesa generaciones. Mi abuelo, Miguel Espada, encabezó la procesión del Vía Crucis y del pregón con su bombo, acompañado por sus nietos durante muchos años. Mi padre y hermanos han sido mis compañeros en cada procesión, en cada viaje, en cada inicio y en cada final. Mi madre arreglaba las peanas con flores, aportando su arte a nuestra tradición. En estos días, la familia se amplía; compartimos comidas y actos entre prisas y emoción, sintiendo esa mezcla de nervios y alegría que hace única la Semana Santa.

Llega el esperado Miércoles Santo. Prisas, nervios, y emoción. Aseguramos que túnicas y tambores estén listos para vivir días de intensidad. El pueblo se llena de sonidos, miradas cómplices y sonrisas que reflejan el amor por esta tradición. Una semana de devoción, sintiendo cómo el tiempo se detiene al paso de cada procesión.

Y cuando todo termina, el sentimiento es siempre el mismo: felicidad por haber compartido una Semana Santa más, en familia, con los de siempre, manteniendo viva la tradición de nuestros antepasados. A las dos del mediodía del Sábado Santo, todo el pueblo reunido en la plaza cesa el toque de tambor y nos emplazamos al próximo año, escuchando las fechas y repitiendo al unísono: «Si Dios quiere».

Marta Espada Aguilar

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