Poco a poco, a medida que nos acercamos, un silencio estremecedor se apodera de la plaza. Miro a la derecha y por encima del enorme tambor que me hace sentir muy pequeña, veo el balcón de Buñuel y pienso en la niña de doce años que soñaba con hacer películas. Sigo siendo pequeña, sigo queriendo hacer películas pero ahora tengo una maza en la mano y cuando el alcalde baje la vara, tocaré con todas mis fuerzas para que todos toquen conmigo y juntos rompamos la hora, el aire, el tiempo: por la vida, por la muerte, por Buñuel, por todos nosotros. Allá vamos.
